Los hereditarios de la cultura occidental entendemos el trabajo como una actividad económica. Según esta visión, el trabajador se sacrifica para arrancar su existencia, su riqueza y bienestar material del medio natural que le circunda. Es cierto que realiza su actividad laboral en el contexto social del sistema moderno de producción de bienes y servicios, pero aún así el medio natural es el que le brinde, en última instancia, los materiales necesarios para su actividad económica. La naturaleza es para él el conjunto de los recursos naturales con que ha de trabajar, transformar y humanizar al mundo. Esta actividad la considera tan esencial, tan transcendental que forma parte de su auto-definición. Hacer cosas, producir, es para él la realización de su deber fundamental en este mundo. El hombre andino tiene una visión distinta del trabajo. Si bien el trabajo es para él también producción de los bienes necesarios de su subsistencia, no lo definiría como actividad simplemente económica. No se considera tampoco un hacedor autónomo en sus labores y el mundo para él no es el conjunto de materiales disponibles. El mundo es un todo vivo, un mundo-animal, que le exige respeto y cariño. La tierra, Pachamama, es divina y es la madre universal de la vida. Ella es su madre. Concretamente, la chacra es fuente de vida divina y sus frutos son vivos. La chacra y todo lo que ella representa, desde la semilla y la planta hasta la cosecha, merecen un trato de respeto y cariño y exigen una dedicación responsable. El trabajo es más que una simple actividad productiva; es un culto religioso a la vida.
El mundo andino es un mundo animado y un mundoanimal y el hombre es hijo de la tierra o parte de ese universo animado. En cambio, en la visión occidental el mundo aparece como un mundo-maquina, destinado a ser manejado por el hombre. La divinidad es percibida como inmanente en el mundo: se hace presente en la Santa Tierra y en todas sus partes. El mundo es divino, es vida y fuente de vida. Los elementos de la naturaleza, sea animal, sea árbol, sea piedra, ríos o cerros, casas o chacras, todos tienen su lado interior, su vida secreta, su propia personalidad, capaz de comunicarse con el hombre a condición que sepa abrirse a ellos y tratarles con sensibilidad. El trato de las cosas, el trabajo productivo, es un verdadero diálogo y una "crianza". En este diálogo cariñoso y respetuoso, las cosas y el hombre mismo se llenan de vida y florecen. Esta crianza es simbiótica: a la vez de criar la chacra, el ganado, el agua, éstas crian al hombre dándole vida y haciéndolo florecer. Una mutualidad similar se desarrolla entre la comunidad de las huacas y la comunidad humana: mientras la primera, encabezada por Pachamama, alimenta la vida humana, la segunda alimenta a las divinidades mediante sus huilanchas y sus mesas. Es el "pago a la tierra", según el principio de la reciprocidad. El buen trabajo en la chacra, responsable y dedicado, es otra manera de alimentar la tierra, "criando chacra" y produciendo la fertilidad de la tierra.
El trabajo es, para el andino, una actividad productiva y un culto sagrado en que el hombre se relaciona con el mundo - ayllu - en sus tres dimensiones: la comunidad humana, la comunidad divina y la comunidad natural silvestre, llamada "sallqa", con el objetivo de cultivar la vida del todo y de sus integrantes, "criando y dejándose criar". En la chacra, que es a la vez el templo en que se desarrolla su culto religioso agrícola, se reciprocan las tres comunidades del ayllu en la crianza de la vida. Por percibir el trabajo al mismo tiempo como una actividad económica y religiosa, suelen combinarse en un mismo plan labores empíricas de producción con labores simbólicas de culto religioso.
Fragmentos de texto: "Criar la Vida" de Dionisio Cruz
Foto: Comunidad Aoniken de Nación Pachamama